No hay atención a migrantes de municipios del distrito 13 de Tepexi

Nota publicada en La Jornada de Oriente
JAVIER PUGA MARTÍNEZ

  • En la Mixteca cada vez alcanzan menos las remesas y no hay atención a migrantes

Alejada de un plan de desarrollo integral, la Sierra Mixteca está padeciendo un drama social y económico que parece tener las condiciones que, en el mediano plazo, podrían llevarla hasta un desastre humanitario: mientras a algunos los dólares ya no les son suficientes, otros con dificultad encuentran qué comer y qué beber.

La migración a Estados Unidos está dejando de ser la solución a los problemas de dinero de miles de familias, y otros tantos miles de jóvenes ponen en duda si a ellos les será posible hacer lo que sus abuelos y padres: enviar dólares, construir ostentosas casas tipo californiano, “traerse de allá” una o varias camionetas y poner un negocio.

Así, en la Mixteca poblana las remesas en dólares conviven con la marginación y pobreza extrema, la violencia y el tráfico de drogas; a su vez, esto se conjuga con un calor cada vez más asfixiante, la polución descontrolada y una sequía que parece no tener fin.

Los mixtecos no saben qué hacer con sus paisanos que después de años, incluso décadas, de vivir en Estados Unidos deciden regresar a “su tierra” que encuentran igual que como la dejaron: sin oportunidades para conseguir un empleo en ciudades como Acatlán de Osorio, Izúcar de Matamoros o Tepexi de Rodríguez, o para reactivar sus hectáreas de tierra con la siembra de maíz, cacahuate, sorgo, amaranto, o caña de azúcar.

Menos aun saben qué hacer con los adolescentes que nacieron en ese país, hijos de migrantes poblanos pero son ciudadanos estadounidenses, que acostumbrados a otro estilo de vida y a una dinámica totalmente urbana, vienen por primera vez a la Mixteca para quedarse a vivir, pues, paradójicamente, en EU carecieron de oportunidades para trabajar o estudiar.

El auge de casas de empeño en esas ciudades y otros municipios de la región no es ninguna casualidad: para sobrevivir, las familias están rematando en estos negocios pantallas de televisión, electrodomésticos, joyas y hasta autos que dejaron sus familiares antes de irse “al otro lado” obteniendo por ellos precios hasta 80 por ciento menos de su valor real. A éstos les siguen las viviendas que dejaron construidas o a medio terminar los migrantes; los letreros de “se vende esta casa” comienzan a multiplicarse.

De acuerdo con datos de la Secretaría de Desarrollo Social actualizados a 2011, la región Mixteca es una de las 32 regiones más empobrecidas del país, con un total de 204 municipios, de los cuales 49 de ellos están en condiciones de alta marginación y 155 en condiciones de muy alta marginación.

De ese total, 39 municipios de la Mixteca poblana están en condiciones de alta marginación y de medio y alto rezago social. Algunos de estos lugares son Santa Inés Ahuatempan, Huatlatlauca, Ixcamilpa de Guerrero, Xicotlán, Cuayuca de Andrade, San Pedro Yeloixtlahuaca, Chinantla, Piaxtla, San Jerónimo Xayacatlán, Petlalcingo, Tehuitzingo, Santa Catarina Tlaltempan, Cohetzala, Tulcingo, Tecomatlán, Molcaxac, Coatzingo, San Miguel Ixitlán, San Pablo Anicano, entre otros.

“Nos estamos muriendo de hambre, otra vez”
A mediados de los años 70, Rosa Ángela López Herrera entró en la desesperación de que sus 10 hijos pasaban varios días sin comer en la comunidad de Tulapa, a unos 10 kilómetros de la cabecera municipal de San Pablo Anicano, en plena Sierra Mixteca poblana. La necesidad la llevó a conseguir dinero prestado, y en vez de gastarlo en alimentos se fue a la ciudad de Acatlán, a poco más de una hora de trayecto en auto, y pagó a unos artesanos para que le enseñaran el oficio de la alfarería.

El barro de Tulapa, entonces una ranchería de varias decenas de habitantes, sirvió muy bien para crear una alfarería con formas y características especiales que la diferenciaban de cualquier otra de la región. La habilidad de la mujer pronto se convirtió en un negocio próspero que involucró a otras familias, y el hambre desapareció no sólo en sus hijos, sino en el resto de los habitantes.

A principio de la década de los 90, López Herrera y un grupo de artesanos de Tulapa se entrevistaron con el presidente Carlos Salinas de Gortari en la ciudad de México. Le mostraron al mandatario las bondades de sus productos y le solicitaron su ayuda para que los colocaran en el mercado internacional, buscaban exportarla a Estados Unidos y Europa, pues algunas de sus muestras habían tenido gran aceptación y querían quitarse de encima a los intermediarios.

Salinas no les abrió ningún mercado, sino que dos años después, con la reforma al artículo 27 constitucional que impuso, las tierras comunales de Tulapa pasaron a ser propiedad privada y fue imposible continuar extrayendo el barro; el negocio de la alfarería desapareció, y el pueblo volvió a hundirse en la miseria.

“Como en ese entonces, hoy nos estamos muriendo de hambre otra vez”, señala Luz María López, hija de la emprendedora Ángela López, quien recordó las penurias que han pasado los mixtecos de este lugar para poder sobrevivir.

Su esposo, Aníbal León, abrió medio costal con cacahuates que pesa un poco menos de 20 kilos. Es la cosecha del año pasado, y deben durar hasta se obtenga la de este año, con altas probabilidades de que no sea así. Dijo a La Jornada de Oriente: “¿Para qué lo vendo? No tiene caso pues no me van a pagar más de 6 pesos por kilo”.

Sembrar una hectárea de cacahuate puede costar hasta 10 mil pesos y por la venta total del producto pueden obtenerse sólo 600. “No es negocio”, dice, por eso los cacahuates son el complemento de la dieta familiar, junto con algunos kilos de maíz, frutas y yerbas de la región y, de vez en cuando, carne.

Puebla hasta el año 2007, era el principal productor de cacahuate del país, con 19 por ciento de la producción según un estudio de la Universidad Autónoma Metropolitana–Iztapalapa, que prevé que esta oleaginosa tiene gran potencial para el desarrollo de las comunidades, ante la alta demanda en el extranjero. De acuerdo con la Sagarpa, en 2009 México hizo importaciones de cacahuate por 111 millones de dólares que podrían ser sustituidas con los apoyos adecuados.

“¿Y nosotros? De que sirve eso si no tenemos ningún apoyo, los fertilizantes cada día están más caros y sólo unos cuantos pueden comprarlos, Además, si no hay agua, si no llueve, al cacahuate le sale un aceite y se echa a perder, ya no sirve”, expuso.

Ni pensar en la extracción de agua de los pozos para aumentar la producción, pues “aquí si queremos agua tenemos que mirar para el cielo”, dice León y muestra su tanque de ferrocemento para almacenar agua de lluvia, de la que dependen para poder soportar el resto del año.

En esta región los ríos se terminaron de secar por completo y se fueron convirtiendo en basureros o drenajes; las pocas pozas que aun conservan agua son un peligro, pues quien se mete a ellas termina sin cabello.

“Irse a los Estados Unidos, ya no”
Aníbal León estuvo trabajando en los Estados Unidos, en Los Ángeles, en la jardinería, que es uno de los trabajos mejor pagados por debajo de la construcción. Cuando podía enviaba 100 o 200 dólares a la semana a su familia, pero solo lo hizo durante dos años, pues la falta de empleo y los excesivos gastos para sobrevivir en ese país lo doblegaron.

“Aquí en mi tierra entre vecinos nos ayudamos, nos prestamos un kilo de frijol o unas tortillas y ya comimos, pero allá nadie ve por ti. Si tienes o no tienes para comer ese es tu problema. Así es allá, por eso decidí regresarme, si de todos modos voy a estar pobre, mejor que sea con los míos, con mis hijos”, recordó.

Luz María y Aníbal forman parte de una generación de padres jóvenes que está creando un movimiento para concientizar a sus hijos de no migrar a Estados Unidos, de que allá no está su meta de vida, sino aquí, en Puebla, y por eso buscan que los gobiernos los volteen a ver para que los ayuden a hacer producir la tierra, a crear proyectos de desarrollo y quedarse con su propia cultura